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Lucho, el símbolo


Es difícil escribir algo que no se haya publicado sobre Luis Espinal Camps.
El aniversario número 30 de su brutal asesinato dio lugar a homenajes públicos, una romería, semblanzas, artículos conmemorativos, repeticiones de sus “Oraciones a quemarropa” y una serie de manifestaciones que, en rigor de verdad, resultaron insuficientes ante la figura de aquel hombre que fue boliviano no por nacimiento sino por amor y voluntad propia.
No sería muy inútil, entonces, sumar un escrito más y, también en rigor de verdad, me siento incapaz de producir algo que por lo menos se compare a lo que se dijo de él con motivo de los 30 años de su muerte.
Luis Espinal fue sacerdote, periodista y cineasta pero esas no fueron las únicas facetas de su personalidad. También fue poeta, filósofo, maestro, teólogo, traductor, antropólogo, tallador, en fin… su talento debió llegar a tanto que era bueno en casi todo lo que hacía.
Por lo que pude leer de él, su visión sobre el bien y el mal quedó claramente delimitada desde muy temprano y se profundizó con su licenciatura. Por eso es que tomó partido ni bien llegó a Bolivia. Al encontrarse con un país pobre, con una enorme brecha entre los que no tienen y los que tienen demasiado y una vida política signada por los golpes de Estado, se alineó entre los defensores de los desposeídos.
En lo que a mi gremio respecta, ejerció el periodismo no sólo como actividad informativa sino, fundamentalmente, como instrumento de cambio y de servicio al pueblo.
Fue precisamente su ejercicio del periodismo, sus permanentes denuncias de las ilegalidades de la dictadura, las que lo condujeron a la muerte.
El cura que había sido detenido en el gobierno de Ovando, el que le recordó a un embajador de España que él ya no era español sino boliviano, el que insistía en el respeto a los derechos humanos en plena dictadura banzerista y hasta participó en la huelga de hambre contra el septenio era un hombre demasiado peligroso porque decía la verdad. Los narcotraficantes que estaban a punto de tomar el poder en 1980 sabían que Espinal sería un formidable enemigo y, antes del golpe, decidieron matarlo.
Por tanto, Luis Espinal es mucho más que periodista, sacerdote, cineasta, filósofo, maestro, teólogo, traductor, antropólogo, tallador, etc. Su cruel asesinato lo elevó de la dimensión humana a la condición de símbolo: se convirtió en el icono de la libertad de prensa y de expresión.
Por eso es que no debe extrañar a nadie que hasta ahora no se haya hecho nada para esclarecer su asesinato. Espinal era tan incómodo para los gobiernos totalitarios que incluso lo hubiera sido para este.
Si no lo hubieran matado, sería tan crítico de los abusos que se cometen en democracia como los que abundaban en la dictadura.
La prueba de ellos son estos versos suyos: “Jesucristo, te damos gracias / porque no fuiste prudente ni diplomático; / porque no callaste para escapar de la cruz; / porque fustigaste a los poderosos / sabiendo que te jugabas la vida”.
“Por esto los dictadores ejercitan la censura —escribió Víctor Codina sobre Espinal—: tienen miedo a la verdad y a la libertad y se sienten aludidos constantemente”.
Por eso, a los 30 años del nacimiento del símbolo de la libertad de prensa y expresión, tenemos que recordarle al gobierno que un país con prensa controlada no es un país libre, que el colaboracionismo nunca es bueno y menos en el periodismo. Lucho Espinal escribió que “el colaboracionista es, ante todo, un oprimido; pero colabora por miedo, presión o simple acomodamiento y rutina”.
Y, finalmente, cerramos la nota con esta otra frase suya: “la mayoría de los bolivianos creemos aún en la vida y en que nada se saca jamás maltratando a la persona humana”.

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