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Venganza 19

Machaca, machaca, machaca…
Imagino que los lectores de esta columna que no son potosinos ya están cansados de que me refiera por tercera semana consecutiva al conflicto de esta región con el Gobierno central.
Créanme: para esta semana apunté un par de temas diferentes en la agenda porque, al igual que ustedes, supuse que ya se había hablando bastante del asunto pero la gente del Gobierno siguió con la cantaleta de que el paro potosino de 19 días fue político y, para colmo, tradujo sus palabras en acciones así que no tuve más remedio que volver a rumiar del mismo pasto.
Lo que me terminó de persuadir fue la información de que “el Gobierno invertirá este año 100 millones de dólares en la construcción de aeropuertos, entre internacionales y terminales turísticas”. Pongo todo eso entre comillas, como lo seguiré haciendo más adelante, porque, para evitar posibles suspicacias, lo copié de un cable de la gubernamental Agencia Boliviana de Información (ABI).
Se trata, obviamente, de un anuncio positivo. Que el Gobierno pretenda mejorar los servicios turísticos existentes en el país es algo que merece todo elogio.
El detallito es que, si bien entre las terminales aéreas internacionales programadas “está incluido el aeropuerto de Oruro”, no pasa lo mismo con el de Potosí porque “se debe esperar que la Gobernación entregue el estudio a diseño final, para gestionar el financiamiento y comenzar con las obras”.
Intenté aplicar la regla de la bona fide a este asunto recordando que el tema del aeropuerto internacional de Potosí ya se definió en enero de este año mediante una ley expresa, subrayé la parte del cable que señala que “se construirán otros diez (aeropuertos) turísticos, entre ellos el de Uyuni, con 12 millones de dólares de inversión, que será inaugurado hasta fin de año, con proyecciones futuras de otorgarle categoría internacional” e hice otros ejercicios pero, al final, llegué nomás a la conclusión de que detrás de todo esto hay un obvio intento de venganza.
La exigencia de que se construya un aeropuerto internacional para Potosí, sin utilizar los recursos de la región sino los del TGN, fue una de las demandas que precipitó el paro de los 19 días pero el Órgano Ejecutivo se ratifica en la ley de enero y carga la responsabilidad del proyecto a la Gobernación Departamental. En otras palabras, si los potosinos queremos aeropuerto, el gasto tendrá que salir de nuestros bolsillos mientras que los de las demás regiones se harán con plata del todavía Estado centralista: “la construcción del aeropuerto internacional de Oruro, cuyo contrato fue firmado el pasado domingo, está consignado en el plan del Gobierno 2010-2015, con una inversión de 18,8 millones de dólares”… ¿les parece justo?
Y si quiere más pruebas de que el Gobierno ya está pasando la factura por el paro potosino, sepa que, entre otras cosas, hasta ahora no ha desembolsado un solo centavo para el bicentenario del 10 de Noviembre y, en cambio, está buscando la forma de sancionar a los masistas que participaron en la movilización.
Se trata, entonces, de típicos actos de venganza; es decir, de esa malsana satisfacción que se siente al devolver el agravio recibido.
Aunque en tiempos tribales la venganza fue una forma de hacer justicia —como todavía ocurre con la denominada “originaria”—, la diferenciación entre ambas convirtió a aquella en un acto más ultrajante que reparador, propio de almas débiles y mentes enfermas.
Al margen de sus demás acciones de revanchismo, lo de los aeropuertos es una perfecta aplicación de la bárbara Ley del Talión, regulada por los babilonios ya en el siglo XVII a. de C.: ojo por ojo, diente por diente, sangre por sangre y vida por vida.
En el caso de este gobierno, construirá 19 aeropuertos, uno por cada día de paro potosino.

¿Cuál monedita?

Haciendo gala de la soberbia y odio que son el sello de este Gobierno, el ministro de la Presidencia, Oscar Coca, dijo que la huelga que paralizó e incomunicó a Potosí durante 19 días fue “un falso conflicto” que apenas representó “alguna monedita”.
Si fuera tan mentiroso como los ministros durante el dilatado conflicto, diría que esas declaraciones fueron recibidas con indiferencia en Potosí pero la verdad es otra. Causó dolor el comprobar que, pese a que el pueblo potosino depuso las armas, el Gobierno mantenga una actitud indolente y de confrontación.
Sin embargo, si el Gobierno opta por la revancha —como también es su característica—, Potosí no seguirá ese mismo camino. Para empezar, el anuncio aquel de que no se recibiría al presidente Evo Morales para los festejos del 10 de Noviembre fue inmediatamente corregido por el líder cívico Celestino Condori quien recordó que nadie le puede prohibir a un boliviano que visite algún lugar del país y menos al jefe de Estado.
Ahora bien, lo de la “monedita” abrió la brecha de un debate sobre el contenido del discurso gubernamental. ¿Cómo puedes interpretar a un Gobierno que dice que el pollo de granja causa desviaciones en el ser de los hombres y después jura y perjura que no se refirió a los homosexuales?
A menos que la administración de Evo Morales sea una sarta de mentiras, que parten de los discursos del presidente, vicepresidente y ministros, hay que leer su contenido tomando en cuenta el contexto. Así, encontraremos que, cuando habla de hacer justicia, lo que el Gobierno quiere decir es que liquidará a sus opositores y los hará desaparecer al estilo de José Ballivián; es decir, “como las nubes cuando las bate el viento”.
En el caso de la “monedita” de Coca, yo me resisto a creer que el ministro de la Presidencia se haya referido, en diminutivo, a la unidad monetaria de nuestro país. Como la cuestión es interpretar cada quién a su antojo, los potosinos podríamos decir que “monedita” es una forma cariñosa de referirse a la Casa de Moneda y, de ser así, el conflicto debió importarle mucho al Gobierno porque este monumental edificio es una de las más valiosas joyas de nuestra región.
Y es que, si de monedas se trata, las interpretaciones también son diversas. Así, el apellido del ministro, Coca, bien puede ser traducido como “moneda” si se toma en cuenta que la famosa hoja fue utilizada como tal en los primeros años de la conquista.
La historia de la moneda se remonta hasta el siglo VII antes de Cristo así que las piezas metálicas con valor cambiario ya eran bien conocidas en tiempos de Jesús. Son famosas las 30 monedas que Judas Iscariote recibió de los fariseos para traicionar al Mesías.
Entonces, como ahora, una moneda no era simplemente una moneda. No sólo circulaban monedas romanas sino también griegas, judías y hasta egipcias. Por eso es que en el Nuevo Testamento podemos encontrar dracmas, didracmas, estateros, óbolos, calcos, leptones, sextercios, dipondios, ases, semis y cuadrantes que tenían diversos valores y equivalencias. La moneda más común era el denario, una moneda de plata que era el equivalente al jornal de un obrero y fue, probablemente, la utilizada para pagarle a Judas. Se dice que se le pagó 30 monedas de plata porque eso era lo que costaba un esclavo. Se estima que esa suma representaría unos 50.000 dólares en nuestros días.
Aunque el Gobierno es ateo y no le da valor a la Biblia, sí utiliza el simbolismo como una estrategia más de su “proceso de cambio”. ¿Qué habrá querido decir el ministro Moneda… perdón… el ministro Coca al mencionar la “monedita”?
Si quiso minimizar el movimiento potosino, y continúan las agresiones, se arriesga a que se le pague con la misma moneda.

Potosí y Bolivia

“Sin Potosí no hubiese existido Bolivia”. Esa fue una de las afirmaciones que lancé al recibir el primer premio del concurso sobre Historia del Periodismo.
Amo a mi tierra como cualquier hijo bien parido en ella pero no dije aquello impelido por ese sentimiento.
Si bien el territorio que hoy es Bolivia ya tenía vocación de país en tiempos prehispánicos, la República denominada como tal no nació sino hasta 1825. Antes de ese año, nadie había escuchado hablar de Bolivia. Charcas, que era su nombre oficial, se manejaba muy poco porque era más común utilizar el apelativo de Alto Perú. Potosí, en cambio, era conocida en el mundo entero. Los yacimientos de plata del Cerro Rico fueron el sostén económico no sólo de la España colonial sino de las demás naciones europeas que, al no poder explotarlos directamente, se apoderaban del metal que era transportado en barcos a través de la piratería.
La existencia de esos yacimientos y los consiguientes problemas por la adjudicación y tenencia de minas motivaron la creación de la Audiencia y Cancillería Real de La Plata de los Charcas como tribunal para resolverlos. Esta unidad administrativa fue la base para la fundación de Bolivia al terminar la Guerra de la Independencia. Como el nuevo país nacía sin arcas establecidas, debió funcionar durante un buen tiempo con la plata potosina que se utilizaba para pagar los sueldos de toda la administración pública, incluida, por supuesto, la del Departamento de Santa Cruz.
Desde que comenzó la explotación del Cerro Rico, en 1545, Potosí no recibió nada a cambio de sus recursos naturales. El metal salía de sus bocaminas, se fundía en la Casa de Moneda y se embarcaba a España. Ya en tiempos republicanos, el estaño reemplazó a la plata, siguió saliendo a raudales pero nada quedaba para la región dueña del recurso.
Esa situación duró hasta hoy, cuando la colonia y la República han desaparecido.
En el Estado Plurinacional de Bolivia, Potosí sigue siendo la región que aporta al desarrollo nacional pero no recibe nada a cambio. El último reporte del Ministerio de Minería da cuenta que las exportaciones de minerales llegaron a 1.212 millones de dólares, por encima de los 1.076 millones de dólares por ventas de hidrocarburos. Aunque la bonanza de las cotizaciones ya dura un buen tiempo, Potosí casi no ha cambiado: no tiene industrias y, más allá de la minería, su economía es motorizada por el comercio informal.
En el oeste del Departamento está el nuevo Cerro Rico, el salar llamado de Uyuni cuyas reservas de litio podrían convertir a nuestro país en una potencia energética. Lo que intentó hacer el gobierno de Evo Morales es crear una empresa centralista, con sede en La Paz, que maneje la explotación de ese recurso.
Por esas y otras razones cuya descripción necesitaría volúmenes superiores a los de la “Historia…” de Arzáns, Potosí se rebeló varias veces en el pasado y lo hace ahora frente al Gobierno que ayudó a consolidar con una votación masiva.
Aquí no hay conspiración política ni la intención de proteger a nadie. Aquí está un pueblo que fue explotado siempre y, amparándose en los recursos naturales que posee, sueña con un mejor destino. Ya no quiere que esos recursos sean explotados sin dejarle nada o dejándole migajas. Potosí lucha no sólo por vivir bien sino también por sobrevivir. Si el Gobierno de Evo Morales entiende esto y lo resuelve, habrá puesto fin a una larga historia de injusticias que caracterizó a la región que dio a luz a Bolivia.

¿Revolución cultural?

Tras verificar que ya casi no tiene rival en frente, el MAS optó por dejar el teatro del respeto democrático y se quitó la máscara.
En realidad, varias actuaciones del gobierno ya habían sido desembozadamente antidemocráticas, incluida la aprobación ilegal de una Constitución Política del Estado que ni siquiera los masistas respetan, pero el lunes, al terminar una reunión con los privilegiados cocaleros, el vicepresidente admitió todo lo que se sospechaba de su proyecto político.
García Linera dijo, textualmente, que la “ofensiva estratégica” del MAS ahora apunta a la toma del poder político, económico y cultural.
Así se explica que en lo político se esté ejecutando una estrategia que, instrumentalizando los órganos legislativo y ejecutivo, el Ministerio Público y los movimientos sociales, esté dirigida a copar los espacios de poder que el partido del presidente no pudo ganar en las elecciones. Las gobernaciones de Santa Cruz, Beni y Tarija y las alcaldías de La Paz, Sucre y Potosí son los fortines más apetecidos. Para tomarlos se activaron juicios que ya lograron tumbar al alcalde de Sucre, Jaime Barrón. El de Potosí, René Joaquino, estaba en ese camino cuando se escribía este artículo.
En lo económico no habrá novedad alguna. A título de “capitalismo andino”, el gobierno está resucitando un estatismo que no dio resultados en el pasado. El Estado pluricultural, e incluso los movimientos sociales, meterán sus narices en todo lo que esté relacionado con dinero. Los aportes de los trabajadores que todavía administran las AFPs pasarán a manos de una gestora pública… ¡papita para el loro!
Lo que el “vice” no dijo es en qué consistirá la toma del poder cultural.
En términos generales, cultura es el “conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, etc.”. No obstante, ese es un significado idiomático y proviene del español que los ideólogos del actual gobierno detestan porque, para ellos, es la lengua del conquistador, del colonizador.
Quizás por ello, la actitud del MAS frente a las instituciones culturales que lograron consolidarse difícilmente en el país es del más rotundo desprecio. Hasta ahora, ya se dejó sin techo a la Academia Boliviana de la Lengua —que afortunadamente fue acogida por la Universidad de Aquino— y se habla insistentemente de la próxima disolución de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia de la que dependen la Casa de la Libertad, la Casa de Moneda, el Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, el Museo Nacional de Etnografía y Folklore y el Museo Nacional de Arte.
¿Hacia dónde apuntan los ideólogos del gobierno?
Para la visión filosófico-marxista, la cultura también es “un fenómeno histórico que se desarrolla en dependencia del cambio de las formaciones económico-sociales”. La cultura que nosotros conocemos, y está definida como tal en los diccionarios de la lengua española, es idealista, dominante, un producto de la élite que, por tanto, es burguesa. “El marxismo-leninismo ve el proceso de producción de bienes materiales como la base y la fuente del progreso de la cultura espiritual; ello explica, precisamente que la cultura sea fruto de la actividad de las amplias masas de trabajadores” (M. M. Rosental y P.F. Iudin).
Por tanto, lo menos que podemos esperar en el plano cultural es un avasallamiento similar al borrón y cuenta nueva de Pachacutec Inca Yupanqui que eliminó todo lo que no le convenía del pasado, incluso la escritura de los tiwanakotas, para sentar las bases de un imperio autocrático y totalitario que todos conocemos como Tawantinsuyo.

Espumarajos

Hace menos de un año, el presidente Evo Morales advirtió que “algo raro está pasando en Bolivia” debido a que los indígenas habían comenzado a enfrentarse con los indígenas y yo ensayé una explicación a ese fenómeno en esta columna: “es el odio”.
Pasó el tiempo y las “rarezas” continuaron. El MAS se fragmentó por la salida de organizaciones —indígenas y no gubernamentales— que antes fueron sus pilares, la justicia comunitaria degeneró en crimen troglodita, la autonomía se convirtió en centralismo teledirigido y los pueblos originarios del oriente iniciaron una marcha hacia la sede de gobierno contra el mismo partido que antes apoyaban.
Llámenme cargoso pero, para mí, el problema fue y seguirá siendo el odio.
Tanto en el MAS como en las organizaciones que se alejaron de él existe una percepción equivocada de nuestra historia. Se victimiza a los pueblos indígenas con el machacón cuento de los españoles que llegaron allende los mares, los conquistaron y sometieron y ahora, por fin, ha llegado la hora de ajustarles las cuentas en la persona de sus descendientes, los “qaras” y ramas afines. Todo el que tenga una visión diferente a esa es un enemigo o, mejor, “enemigo del cambio”.
En el nombre del cambio (más bien en el nombre del odio), se impulsa un proyecto autocrático que no admite cuestionamientos. Hay totalitarismo porque el gobierno central apunta a controlarlo todo y, por ello, no concibe una autonomía real en la que no pueda tener algún tipo de manejo o influencia. Si en las elecciones perdió una Gobernación o una Alcaldía, podrá obtenerla por algún otro método aunque eso signifique pasar por encima de su propia Constitución.
Y el problema es que, precisamente por ese odio, ni siquiera podemos cuestionar el totalitarismo, la autocracia o la vulneración de las leyes porque, si lo hacemos, somos identificados como enemigos y tenemos que atenernos a las consecuencias.
No podemos advertir, por ejemplo, que estamos rezagados en la carrera por la industrialización del litio porque, si lo hacemos, nos acusan de pretender favorecer a las transnacionales.
Las críticas no son respondidas con argumentos sino con insultos. Las pruebas son los ultrajes que se destilan en los medios electrónicos que se han convertido en las trincheras de los odiadores.
Por ahí circuló, por ejemplo, un e-mail titulado “los alcahuetes de los alcaldes” en el que, en lugar de justificar con pruebas las razones por las que se buscaba suspender a esas autoridades, se desata un furibundo ataque contra sus supuestos defensores. “Sus celestinos seguidores, quienes en las alcaldías de Quillacollo, Punata, Sucre, Potosí y algunas gobernaciones están defendiendo descarada, desconcertante y corporativamente a corruptos”, dice textualmente el mensaje que, además, señala que “de una buena vez por todas debemos desmitificar lo que definitiva y demagógicamente es la democracia para que inmoralmente no se imponga la impunidad”.
Al final del mail, y luego de casi sentir el tufo de los espumarajos del autor, se puede ver los websites que este recomienda: Periódico Cambio, Agencia Boliviana de Información, Radio Patria Nueva, Telesur TV y Radio del Sur.
El ataque, entonces, es corporativo y está cargado de odio. Se asemeja al de una jauría que, reforzada por su número, puede causar más daño que cualquier ladrido. A eso se ha reducido la libertad de expresión.

El litio es de ellos

La semana pasada pregunté públicamente cuál será el destino del litio boliviano habida cuenta que países como Argentina y Chile, que tienen reducidas reservas de ese recurso natural, ya nos llevan la delantera con inversiones muy superiores a las que cuantificamos nosotros.
Quiso la casualidad que la respuesta llegara casi de inmediato bajo la forma de la Ley Marco de Autonomías.
El artículo 22 de esa ley —que el miércoles 14 ya estaba en su fase de aprobación en detalle— señala que “el nivel central del Estado podrá conformar macroregiones estratégicas, como espacios de planificación y gestión, por materia de interés nacional sobre recursos naturales, debiendo coordinar con los gobiernos autónomos departamentales, municipales e indígenas originario campesinos que la integren. Estas macroregiones serán la Amazonía, el Chaco, el Sudoeste potosino y Pantanal. (…)”.
La incongruencia de ese artículo está desde su inicio. ¿Es que tiene que ser el “nivel central” el que determine, casi como con receta, cómo tiene que estructurarse una autonomía? ¿No tiene que partir la autonomía de la región que la aplica? Como se ve, esta no es sino una desconcentración de ciertos niveles de poder regional, como el departamental y municipal, en beneficio de cuatro macroregiones cuya coherencia no termina de convencer ni siquiera desde el punto de vista geográfico.
En lo que a Potosí le concierne, ahí salta una “macroregión” que nunca había sido considerada como tal: el sudoeste de dicho Departamento.
Más por razones de comodidad lingüística que factores étnicos, geográficos y culturales, los potosinos solemos referirnos a nuestras subregiones como norte, centro, sud y oeste. En el norte están provincias como Rafael Bustillos y Chayanta y otras tres —Charcas, Ibáñez y Bilbao— que, por su ubicación, a veces son denominadas “del extremo norte”. En el centro están Frías, Saavedra y Linares; en el sur los Chichas y Omiste; en el oeste Daniel Campos, Quijarro, Baldivieso y Nor Lípez. A Sud Lípez, que aparece en la esquina del mapa, se le denominó también sudoeste.
La más grande reserva de litio del mundo está en el salar cuyo nombre original era Thunupa y está ubicado en la provincia Daniel Campos. Por asociación de ideas, comenzó a llamársele “Salar de Uyuni” cuando esa localidad, que es la capital de la provincia Antonio Quijarro, se convirtió en el centro poblado más importante del oeste potosino.
¿Cuál es el sudoeste a que hace referencia el artículo 22 de la Ley de Autonomías? Si se aplicara el simple razonamiento geográfico, debería ser Sud Lípez, donde están las lagunas de colores y el Salar de Chalviri, pero, como es lógico suponer, a los políticos les interesa el otro, el mal llamado “de Uyuni”, porque sus cuantiosas reservas probadas de litio valen miles de millones de dólares.
Por tanto, al referirse al sudoeste, esa ley está metiendo en la misma bolsa no sólo a Sud Lípez sino también a las provincias del oeste geográfico como Daniel Campos, Quijarro, Baldivieso y Nor Lípez; es decir, las cinco que se mostraron rebeldes con los cívicos de la capital y cerraron filas en torno a una organización social vinculada al gobierno, la Federación Regional Única de Trabajadores Campesinos del Altiplano Sud.
Lo que está haciendo el gobierno es separar aguas a su conveniencia. Al este quedará la capital junto a las provincias del sud y el norte y al oste las masistas que ya se proclamaron dueñas exclusivas del Salar Thunupa. Lo que no perciben es que, con esa ley, el MAS —y sus asesores— serán quienes saquen provecho del litio que supuestamente era de los potosinos y de todos los bolivianos.

¿Y el litio?

Algo oscuro se esparce por el sudoeste potosino.
Las fotos que tomaron los enviados especiales del diario “La Prensa” para la revista “Somos” muestran un líquido negro, espeso y viscoso cubriendo la castigada tierra de la que emergen montículos de paja brava como islotes que pretenden respirar su última bocanada de aire.
Al promediar las 02:30 del 2 de junio de este año, una cisterna de la sociedad industrial Tierra S.A. que transportaba 15.000 litros de diesel se volcó cerca del río Sulor, afluente de Laguna Colorada, y derramó 5.530 litros de combustible afectando un área de 2.500 metros cuadrados. El hecho ocurrió a unos 500 metros de la laguna que, para entonces, ya estaba sufriendo los efectos de la sequía. Hasta las voces más mesuradas hablan de desastre ambiental pero el gobierno, ese que dice respetar a la madre Tierra, la Pachamama, le ha restado importancia al asunto. El hecho de que el presidente ejecutivo de Tierra, el belga Guillermo Roelants, sea el secretario general honorífico del Comité Científico de Investigación para la Industrialización de recursos Evaporíticos de Bolivia, dependiente de la Comibol, parece ser mera coincidencia.
Pero el diesel no es lo único oscuro que se ha cernido sobre aquella región potosina en la que también está el denominado Salar de Uyuni. Lo que parece hundido en la más negra bruma es el destino del litio existente en ese gigantesco yacimiento, el más grande del mundo.
Con salares que son diminutos comparados al boliviano, Chile y Argentina han iniciado carreras por separado para el aprovechamiento de su escasos yacimientos de litio. Pese a la pequeñez de sus reservas, el gobierno argentino ha destinado hasta 400 millones de dólares en el desarrollo de la industria del litio. Los resultados de ese interés no se han dejado esperar: Toyota, Mitsubishi y las canadienses Latin American Metals, Rodinia Minerals y Lithium One anunciaron inversiones que van desde 4,5 a 170 millones de dólares. Más aún, a través de su división Tsusho, Toyota ya se ha asegurado las provisiones de litio, del Salar de Olaroz, para sus primeros autos a batería.
En Bolivia, el gobierno boliviano ha descartado toda posibilidad de permitir el ingreso de capital ajeno a la futura industria del litio. “Queremos socios, no patrones”, dijo el presidente pero cuando los japoneses expresaron su predisposición a aceptar esas condiciones, igual les dijo no.
Hasta ahora, Bolivia ha invertido 8 millones de dólares en una planta piloto de carbonato de litio que tiene un avance del 80 por ciento.
Mientras, en el sudoeste potosino, la Federación Regional Única de Campesinos del Altiplano Sud ha anunciado que no participará en ningún proyecto departamental sobre el litio sino que impulsará el suyo, uno que tiene el rótulo de “autonomía regional”. La posición podría ser plausible pero existe la sospecha que detrás de esa organización están otros intereses, los mismos que apetecen el litio desde hace por lo menos 20 años. Si esa especulación es cierta, al igual que la que señala que esos intereses tienen una gran influencia en el gobierno de Evo Morales, existen razones para temer que, en efecto, algo oscuro se ha apoderado del sudoeste potosino y no es precisamente la mancha de diesel de Tierra S.A.

Periodistas deportivos

“¿Por qué no tenemos buenos comentaristas de fútbol en televisión?”, preguntó Ramón Rocha Monrroy en su última columna y me provocó dolor de cabeza porque me obligó a pensar.
Si leemos lo que la gente opina de los comentaristas deportivos de la tele en redes sociales como Twitter o Facebook encontraremos que la opinión del “Ojo de vidrio” no es aislada. Las metidas de pata (o más bien de boca) son tan frecuentes que uno no puede evitar sentir vergüenza ajena.
Sin embargo, es bueno recordar que existen diferencias sustanciales entre radio y televisión. Debido a que en la tele tenemos imagen, los profesores de periodismo recomiendan —aplicando apabullante lógica— que se renuncie a la descripción que es norma en la radio. Por ello, el relato de un partido de fútbol por televisión es más bien de acompañamiento, de ratificación de la referencia visual y no precisamente la descripción de algo que el público ya está viendo.
En la radio, la falta de imagen se suple con la descripción. Como el oyente no está viendo lo que pasa en el campo de juego, el locutor tiene que contárselo de la mejor manera posible.
Pero también está la empatía.
Si de imagen se trata, existen personas que son fotogénicas; es decir, que salen bien retratadas por cámaras fotográficas o de televisión y otras que no lo son (en este grupo estoy yo que siempre salgo más feo de lo que soy). En la radio existe la fonogenia; es decir, la cualidad que tiene una voz, por lo agradable, dulce o bien timbrada, de resultar más agradable que otras (aquí también pierdo porque, pese a que soy Toro, la mía parece maullido de gato).
Según el medio en el que actúen, sea radio o televisión, los buenos periodistas suplen las faltas de elementos con imaginación y dinamismo. La falta de fotogenia se puede suplir con recursos visuales que alguna vez explotó el padre Eduardo Pérez, cuando se hizo visible, y la escasez de fonogenia con la habilidad del locutor para caerle bien a la gente sin importar que su voz recuerde a algún felino.
Y así como algunos meten su voz a los partidos televisados y no aportan nada, existen otros que lo hacen tan bien que son capaces de trascender la frontera entre uno y otro género.
Rocha Monrroy expresó su aprobación por Toto Arévalo (“el mejor relator y comentarista de fútbol de Bolivia”) a quien yo también admiro pero así como admitimos las fallas del periodismo deportivo actual, hay que reconocer que entre las nuevas generaciones existen valores que nos hacen ver las cosas con más optimismo.
Ahí está, por ejemplo, el equipo humano de “Futbolmanía” que se emite por radio Fides con tanto éxito que les ha sacado audiencia a muchas de las vacas sagradas de las transmisiones deportivas.
Quizás mi opinión esté influenciada por el parentesco que tengo con Gonzalo y Aldo Cobo Toro y Roberto Carlos Toro (que forman parte de ese equipo) pero las que escucho de gente que nada tiene que ver con ellos son incluso más entusiastas.
“El Gonzalo Cobo es otra clase siempre —me dice el amigo que me lustra los calzados—. Su ‘sisisisisisi’ le da vida a los partidos”.
Y por si eso fuera poco, resulta que una buena cantidad de gente suele quitarle audio a las transmisiones de los partidos de fútbol por televisión para seguirlas con la de “Futbolmanía”, como pasó con los cines que proyectaron los encuentros del Mundial de Sudáfrica.
Así que el “Ojo de vidrio” tiene esa opción para disfrutar lo que queda de la cita ecuménica del fútbol.

Ajedrez

No fue necesario que el presidente Evo Morales haga tablas con Anatoli Kárpov para que los bolivianos sepamos de su habilidad para jugar ajedrez.
Hasta los más escépticos conocieron de esa destreza el 18 de diciembre de 2005, cuando el MAS ganó las elecciones con un 54 por ciento que le permitió asumir el poder con una comodidad pocas veces vista.
Para llegar a ese punto, había dispuesto tan bien las fichas en el tablero que tenía cooptadas a la mayoría de las organizaciones sociales. Los movimientos anteriores, los jaques al gobierno de Sánchez de Lozada, fueron tan bien planificados que el mate fue casi cuestión de inercia.
Pero no bastó aquella bien jugada partida. Con el adversario noqueado, el ajedrecista Morales rearmó no uno sino varios tableros en los que no sólo acomodó las fichas a placer sino hasta cambió las reglas del juego. Eso, sumado a su habilidad, fue suficiente para los demás jaque mates que sumaron unos detrás de otros.
Así, Evo Morales logró imponerse en la política como un campeón superior a Anatoli Yevgénevich Kárpov quien se ciñó la corona del ajedrez durante diez años.
Evo va por los cinco y, tal como marchan las cosas, no sería de extrañarse que supere el decenio de Kárpov gracias a su magistral ajedrez político.
La partida que disputa actualmente, por ejemplo, es fagocitaria y está destinada a eliminar hasta el último de sus adversarios. Aunque está devorando fichas con avidez, como los alcaldes de Quillacollo y Sucre, y ya está listo para zamparse al de Potosí, no está jugando a las damas y sí a un muy bien pensado ajedrez político en el que ya ha sorprendido a sus rivales con moves opening (movimientos de apertura) que, aunque formen parte de reglas que ya no están en vigencia, son válidas porque el principal jugador es el campeón, Evito.
Las reglas que está utilizando para ganar el control del centro del tablero son las de la Ley Orgánica de Municipalidades, concretamente el artículo 48 que señala que los alcaldes pueden ser suspendidos temporalmente por los concejos municipales si existe auto de procesamiento ejecutoriado en su contra. Esos autos desaparecieron con el anterior procedimiento penal. Eran emitidos por los jueces de instrucción en material penal y no se pueden homologar con las acusaciones de los fiscales quienes son parte del proceso, no jueces.
Pero los argumentos legales no sirven a menos que sea para justificar la estrategia del master ajedrecista, Evito. Tal como están las cosas, nuestro campeón ya ni siquiera necesita hacer gambitos porque sus gambetas a la ley, y a la Constitución aprobada por su mismísimo partido, son moneda corriente.
Héctor Cartagena (Quillacollo) y Jaime Barrón (Sucre) ya son fichas comidas y está fuera del tablero. Será difícil que vuelvan, ni siquiera con una coronación porque en esta partida el único rey es Morales. René Joaquino (Potosí) tiene que preparar sus maletitas y otros como Luis Revilla (La Paz) Rocío Pimentel (Oruro) y Moisés Shiriqui (Trinidad) mínimamente tendrían que poner las barbas en remojo.
Las fichas ya se movieron y llega el momento del endgame (fin del juego). Como no hay rey al frente, el jaque mate será el control total del tablero político boliviano. Los alcaldes, a los que ahora se elimina como simples fichas de damas, no son más que alfiles que serán reemplazados por caballos de corregidores masistas.
¿Cómo no iba a hacer tablas Evo Morales con Kárpov?... ¡que el ruso agradezca que nuestro campeón no lo haya derrotado!

Trabajo infantil


En el año 2004, un equipo de filmación integrado por estadounidenses y alemanes llegó a Potosí para documentar la historia de dos niños mineros, Basilio y Bernardino Vargas.
Basilio tenía 14 años y Bernardino 12. Pese a su corta edad, ambos trabajaban en las minas del Cerro Rico a cambio de una paga miserable. Huérfanos de padre, se vieron en la necesidad de trabajar en condiciones similares a las de un adulto, exponiéndose a riesgos como derrumbes e intoxicaciones y hasta manipulando dinamita.
Su historia se estrenó al año siguiente en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam con el título de “The devil’s miner” (“El minero del diablo”) y causó tanto impacto en los circuitos fílmicos no comerciales que, además de postularse para por lo menos cinco premios, ganó los de mejor documental en los festivales de Ciudad de México, Chicago, Toronto, Tribeca (en Manhattan, EEUU) y Jerusalén.
De esa manera, “El minero del diablo” destapó una realidad que, hasta entonces, era desconocida en el mundo: el de la explotación laboral a la que son sometidos los niños bolivianos.
El 12 de junio se recordará el Día Mundial contra el Trabajo Infantil y, con ese motivo, las organizaciones que trabajan con y por los niños emitieron informes nada alentadores. En el caso de Bolivia, se confirma que, pese a la legislación vigente, miles de niños continúan trabajando en la minería y en la zafra de azúcar y castaña.
La Agencia Nacional de Noticias por la Infancia reporta que todavía existen adolescentes en las minas que “están expuestos a la inhalación de gases tóxicos, derrumbes y otros peligros, cargando herramientas y mineral. También participan en tareas de perforación y disparo de dinamita”.
Las cosas, entonces, siguen igual que cuando se filmó “El minero del diablo” y el Código del Niño, Niña y Adolescente no es de gran ayuda.
En octubre del año pasado, el gobierno anunció su intención de prohibir el trabajo de los niños en las minas y las zafras. Esa posición era tan poco sensata que nadie la tomó en cuenta.
Los problemas del trabajo infantil no se resolverán con leyes ni decretos. Pensar así es caer en el simplismo con el que el gobierno pretende tapar las fisuras de nuestra sociedad.
Según la Organización Internacional del Trabajo, las acciones que deberían asumirse incluyen “garantizar que todos los niños tengan acceso a la educación de calidad hasta por lo menos la edad mínima de empleo” y  “combatir la pobreza garantizando que los adultos tengan oportunidades de trabajo decente”. Sin embargo, ni este gobierno ni los anteriores asumieron medidas destinadas a implementar esas recomendaciones.
La educación sigue siendo un tema de segundo orden —como se comprobó en la última negociación salarial— y la política laboral del actual gobierno está más orientada a liquidar a la empresa privada que a fortalecerla o, por lo menos, respaldarla. Está científicamente demostrado que el Estado no puede ser el único empleador en un país así que el sector privado es imprescindible pero, si el Gobierno sigue aprobando leyes que lo debilitan, ¿cómo podemos esperar que se abran nuevas fuentes de trabajo? Peor aún, la tendencia señala que muchas empresas cerrarán sus puertas así que crecerá el desempleo y los niños seguirán obligados a meterse a cualquier cosa para llevar unos centavos a su hogar.
Por tanto, el problema es de fondo y Bolivia, donde la minería sigue siendo cosa del diablo, todavía está lejos de encontrar una solución.

Canibalismo


El linchamiento de cuatro policías en el norte potosino desató una controversia que, bien manejada, podría dar lugar a un debate esclarecedor sobre las culturas andinas y la justicia comunitaria.
No pasaron ni siquiera dos semanas de lo ocurrido y litros de tinta ya corrieron sobre el tema. En medio del estupor por la reacción del gobierno que mata a dos personas en un hotel de Santa Cruz y después negocia el asesinato de cuatro en tierra de ayllus, un hecho quedó en evidencia frente al mundo: el proceso indigenista de Evo Morales tiene lados oscuros, demasiado oscuros.
Es que más allá de temas densos y tenebrosos como el narcotráfico y el contrabando que, según destapó el linchamiento, se han parapetado en diferentes enclaves del país, está el del origen de ciertas costumbres que se practican en el altiplano boliviano.
La semana pasada ensayé una explicación con aquello de la cosmovisión andina y fui inmediatamente rebatido. En el foro de comentarios del diario Correo del Sur, de Sucre, un lector identificado como Mariano Moreno me recordó el punto de quiebre de nuestra historia, la conquista inca, y me dejó frío.
Toro comete el error, que no por tantas veces mencionado deja de ser tal, de idealizar una supuesta utopía andina”, escribió y agregó lo siguiente: “Olvida que desde Sierra Morena hasta Tierra del Fuego, los sacrificios humanos eran el pan de cada día, y la antropofagia la dieta dominical”.
La opinión de Moreno me pareció tan racional que, de inmediato, le envié un correo electrónico solicitándole insumos para proseguir con el tema. Un par de días después, recibí un mensaje del servidor de e-mail comunicándome que la dirección que Moreno puso en el foro no existe. Típico de Internet.
Sin embargo, esas observaciones me dieron bastante en qué pensar y consultar: sacrificios humanos y antropofagia.
Los sacrificios humanos son un tema abierto. Existen tantos historiadores que afirman que la muerte de personas en ofrenda a los dioses era común en las culturas andinas como los que niegan esa versión.
Lo de la antropofagia, en cambio, no parece tener mayor sustento. Si bien es cierto que no se puede negar categóricamente que los andinos hayan practicado el canibalismo, tampoco existen pruebas concluyentes de que lo hayan hecho.
¿Y cuáles son esas pruebas concluyentes?... pues huesos humanos con rastros de dentelladas, iguales a los que encontró en 1866 el geólogo y arqueólogo inglés William Pengelly en Kents Cavern, Reino Unido. La antigüedad de esos restos fue establecida mediante carbono 14 en julio del año pasado en apenas 9.000 años. ¿Qué significa eso?... que en un periodo reciente (demasiado reciente si se compara con los restos de Atapuerca, España, cuya antigüedad es de un millón de años) había pueblos que practicaban la antropofagia en la muy desarrollada Inglaterra, hoy Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte.
Salvo versión en contrario, no se encontró osamentas con dentelladas en la región andina. No sé si en el resto de América (desde Sierra Morena hasta Tierra del Fuego) hubo hallazgos de ese tipo porque mis lecturas se limitan a los Andes.
Es cierto que muchos cronistas adjudicaron estas prácticas a los andinos (“los que viven en los Antis comen carne humana”, escribió Blas Valera, fuente de Inca Garcilaso de la Vega) pero la veracidad de sus escritos fue cuestionada cuando la historia adquirió carácter científico.
Es preciso seguir hablando del tema pero el espacio de una columna de opinión no es suficiente para ello.
Como también apuntó Moreno, hace falta un debate “leal y lógico basado en ideas y alejado de dogmatismos” pero eso parece difícil en un país en el que se practica el canibalismo más peligroso: el político.

Descontrol

Azuzado por las ONGs que necesitan justificar sus financiamientos y los intelectuales empeñados en aplicar recetas del pasado, el gobierno de Evo Morales reivindica las culturas andinas sin tamiz alguno.
Es innegable que los pueblos andinos llegaron a un importante nivel de cultura y en algunos casos hasta se puede hablar de altos niveles de civilización (como Tiwanaku, por ejemplo). También es cierto que esas culturas fueron proscritas, encubiertas o por lo menos relegadas por quienes, como los conquistadores españoles, las sojuzgaron para aprovecharse de sus recursos naturales.
Rescatar todo lo positivo que hubo en dichas culturas es una buena medida. La cosmovisión andina, basada en el dualismo, la solidaridad, el respeto a la vida y la naturaleza sería muy útil para construir el nuevo país con el que todos soñamos.
El problema es que, a la hora de reivindicarlas, el gobierno parece hacer énfasis en lo negativo. Así, se habló varias veces de reponer el Tawantinsuyo sin estudiar por lo menos a mediana profundidad aquel modelo de Estado que hasta Guillermo Lora describió como “un horrendo régimen de esclavitud en beneficio, gloria y esplendor de una minúscula casta dominante”.
En esa misma línea está la denominada justicia comunitaria que las culturas andinas aplicaron más con un criterio ético-moral que con el de la venganza. Los castigos estaban categorizados; es decir, variaban en función a la gravedad de los delitos cometidos pero su función era reparadora, orientada a curar el daño que la sociedad había sufrido y no necesariamente a causar daño al infractor.
Hoy en día, gracias a que el gobierno la ha convertido en una de sus banderas, la justicia comunitaria ha salido de su enquistamiento pero, en lugar de aplicarse debidamente, ha degenerado en un canal para desfogar instintos asesinos, ansias de venganza y afanes de impunidad.
Si una persona es sorprendida cometiendo algún delito en zonas rurales del país —y ahora también en los barrios periféricos de las zonas urbanas—, una turba lo captura y, sin someterlo a proceso alguno, le quita la vida. Esa forma de delito de autoría colectiva se está perfeccionando a tal punto que, por una parte, se hace desaparecer las pruebas testificales imponiendo el código del silencio. Nadie dice nada porque nadie vio nada. Más aún, los linchadores optan por hacer desaparecer el cadáver o cuerpo del delito.
Así se mata a personas que, delincuentes o no, culpables o no, son seres humanos. ¿Dónde está el respeto a la vida que ejercitaron los pueblos andinos prehispánicos?
La tolerancia —y/o azuzamiento— del gobierno hacia esas prácticas ha provocado que se multipliquen y que surja, todavía sin ley de deslinde jurisdiccional, una justicia paralela cuyo único castigo es el linchamiento; es decir, el crimen, el asesinato…
Lo ocurrido esta semana en el norte potosino es apenas una muestra más de que la mal llamada justicia comunitaria está fuera de control: cuatro policías fueron quemados bajo acusaciones de las que jamás pudieron defenderse. Sus camaradas ni siquiera lograron entrar al pueblo donde ocurrió el crimen porque sus habitantes lo impidieron colocando francotiradores armados de máuser en los cerros.
En un presunto intento de minimizar el impacto de esta nueva salvajada, el gobierno negó que los muertos hayan sido policías. Si lo fueron, ya no estaríamos hablando de un crimen de comisión colectiva sino de una afrenta a la entidad que, según la Constitución, “tiene la misión específica de la defensa de la sociedad y la conservación del orden público, y el cumplimiento de las leyes en todo el territorio boliviano”.
Si también se infringe ese precepto, habrá que aceptar que el Estado Plurinacional no tiene control sobre su territorio.

Amor

No existe palabra más difícil de definir que “amor”.
Gracias a la técnica y el conocimiento acumulados desde 1713 —y a la innegable sapiencia de sus integrantes—, la Real Academia Española (RAE) llegó a esta definición: “Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser”.
Sin embargo, existen otros tipos de amor y el mismísimo diccionario de la RAE los incluye: “sentimiento de afecto, inclinación y entrega a alguien o algo”, “esmero con que se trabaja una obra deleitándose en ella”…
La enciclopedia en línea Wikipedia dice que “como concepto abstracto, el amor se considera normalmente un sentimiento profundo e inefable de preocupación cariñosa por otra persona, animal o cosa. Incluso esta limitada concepción del amor, no obstante, abarca una gran cantidad de sentimientos diferentes, desde el deseo pasional y de intimidad del amor romántico hasta la proximidad emocional asexual del amor familiar y el amor platónico, y hasta la profunda unidad de la devoción del amor religioso”.
Hasta esta semana, el amor en la sociedad boliviana había sido relegado a la intimidad de los hogares, a los encuentros de pareja y a los afectos entre parientes o amigos.
Los diferentes gobiernos que pasaron por el Palacio Quemado hablaron muy rara vez de amor. Generalmente se acomodaban en el poder, se asentaban en estructuras económicas y políticas y veían la forma de permanecer en él. Las peculiaridades regionales, el trato discriminatorio de los gobernantes y hasta la diversidad cultural del país marcó diferencias que hicieron imposible el sueño de la unidad. Sólo el fútbol unía al país pero lo demás eran motivos para la pugna.
Las dictaduras cultivaron la antítesis del amor: el odio. Para los gobiernos totalitarios, el que no formaba parte del gobierno o pensaba diferente era un enemigo que había que eliminar incluso físicamente. Por eso es que hubo tantos asesinatos políticos a lo largo de nuestra historia.
Aunque reciclado por la democracia, ese odio volvió a advertirse con un gobierno que no tolera ningún tipo de crítica a su desempeño. El odio fue fomentado desde las esferas gubernamentales que aprovecharon viejas rencillas para volcar al habitante del campo, el mal llamado indígena, contra el de las ciudades. Así, el revanchismo se convirtió en terreno fértil cuyos frutos fueron los votos.
De pronto, el amor salió de la galera y volvió a formar parte de la conversación cotidiana de los bolivianos. Surgió en una carta que el presidente Evo Morales entregó al Papa Benedicto XVI.
En la misiva, el jefe del Estado Plurinacional sorprende al declararse “católico”, “cristiano de base”, y, además de pedir cosas tan coherentes como la anulación del celibato y el acceso de la mujer al sacerdocio, afirma que tuvo la ocasión de reflexionar “sobre las lecciones de amor, justicia, igualdad y entrega al prójimo de Nuestro Señor Jesucristo” (¡!).
Sin embargo, esas palabras parecen ser la alfombra que se tendió para el verdadero propósito de la visita de Evo al Vaticano: quejarse por las críticas del Cardenal Terrazas en sus homilías; es decir, es la jugada diplomática del intolerante que ya no quiere que le señalen con el dedo desde los púlpitos.
Pero no seamos mal pensados…
Supongamos, así sea por unos momentos, que Dios, que es amor, ingresó por fin —o regresó— al corazón de Evo Morales, que su lejanía de sus asesores cultivadores de odio le hizo bien y, de pronto, quiere gobernar siguiendo las enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo.
De ser así, realmente se habría producido el tan pregonado cambio y Bolivia puede esperar mejores días.
Serán los hechos los que demuestren si el gobierno actúa, a partir de ahora, fomentando el odio o el amor…

Reescribir la historia


El segundo concurso sobre historia del periodismo convocado por la Asociación de Periodistas de La Paz (APLP) fue un buen motivo para que los informadores volquemos nuestra mirada al pasado del país.
¿Fue realmente la Historia de Bolivia como nos la contaron? Lo que nos enseñan en las escuelas son cuentos de semidioses que surgieron del Lago Titicaca, de héroes capaces de coronar las hazañas más grandes, de cerros que hablan sobre quiénes deben explotarlos y de pastorcitos que encuentran yacimientos de plata a flor de tierra.
Por definición, la Historia es la ciencia que tiene como objeto de estudio el pasado de la humanidad. Su manejo, empero, estuvo y está tan sometido al ejercicio de la política como el periodismo mismo. Un simple ejemplo es la figura de Simón Bolívar que fue uno de los liberales más importantes en la Historia de América pero hoy es la figura epónima del socialismo del siglo XXI.
En esa línea, el gobierno de Evo Morales maneja hábilmente la historia. El discurso de los 500 años de opresión de los indios de América es la base para presentarlo como un redentor de su raza. Se acusa a los conquistadores españoles de haber devastado un imperio, el incaico, y de haber sojuzgado a los naturales de América durante medio milenio hasta que llegó Evo para hacer realidad la profecía de José Gabriel Condorcanqui: “volveré y seré millones”.
¿Habrá sido la conquista como nos la contaron?
En el legajo 45 de la sección Audiencia de Charcas del Archivo General de Indias de Sevilla está un documento fechado en noviembre de 1582 que demuestra que los gobernantes de Charcas, Qaraqaras, Chichas y Chuis, que eran cuatro grandes naciones andinas, se sometieron a la autoridad del rey de España, se entregaron a Hernando Pizarro y uno de ellos, Coisara, incluso acompañó la expedición de Pedro Valdivia a Chile.
No hubo, entonces, devastación y saqueos como refiere la historia oficial. La conquista española utilizó también la persuasión —y el engaño— para apoderarse del imperio incaico y lo sometió no precisamente con la pólvora sino con una serie de ardides que se prolongaron en el tiempo.
Más que ocupación militar, lo que se produjo en esta parte de América fue un inevitable sincretismo. Princesas indias como Beatriz Ñusta, hija del inca Sairi Tupaj, se casaron con nobles españoles como Martín García de Loyola, hermano de Ignacio de Loyola, el fundador de la orden de los jesuitas.
Si encontramos inexactitudes —y mentiras— sólo en lo que se refiere a la conquista española, ¿qué más hallaremos si le dedicamos un poco más de tiempo al estudio de la Historia?
El pasado de un pueblo es parte de su patrimonio intangible, es la base sobre la cual construimos el presente y proyectamos el futuro. ¿Qué resultados puede obtener un pueblo que ha construido sobre mentiras?
La APLP convocó a un concurso sobre historia del periodismo después de 67 años (el primero lo ganó Carlos Montenegro con “Nacionalismo y coloniaje”). Que este segundo concurso sea el motivo para que los periodistas le pongamos más atención al estudio del pasado de Bolivia y que los estudiosos de esta ciencia acometan un desafío ineludible: reescribir nuestra historia.

Otra de pollos


A principios de junio de 2009, la gente del centro de Bahía Blanca —una ciudad portuaria argentina ubicada al sur de Buenos Aires— se quedó pasmada ante el espectáculo de un pollo amarillo con patas rojas que perseguía a un ladrón.
El pollo, desde luego, era un hombre disfrazado. Usaba el traje de pollo porque promocionaba un local de venta de comidas. Cuando vio que un ladrón trataba de robar un automóvil en el estacionamiento del lugar, corrió para atraparlo pero aquel se dio cuenta y emprendió veloz fuga. Después de una larga persecución, el pollo alcanzó a su presa, lo redujo —no precisamente a picotazos— y lo entregó a una patrulla de la policía.
La noticia fue difundida por la agencia EFE, de España, así que recorrió el mundo. No se consignó el nombre del heroico disfrazado a quien, según la nota, la gente de Bahía Blanca comenzó a llamar “el pollo justiciero”.
¿Cómo es que una agencia tan importante como la española consignó en su servicio un hecho tan doméstico que ocurrió en un ciudad de apenas 300.000 habitantes? La respuesta está en los factores de interés periodístico; es decir, en las características que debe tener un hecho para convertirse en noticia. En su “Manual de Periodismo”, los mexicanos Vicente Leñero y Carlos Marín identifican los siguientes: Actualidad, conflicto, expectación, hallazgo, hazaña, humorismo, magnitud, progreso, prominencia, proximidad, rareza y trascendencia. El boliviano Erick Torrico agrega consecuencia, interés humano, dramatismo, utilidad, derechos, moralidad y sexo, privacidad de los famosos, criminalidad y entretenimiento.
En el caso del pollo se puede encontrar hasta tres factores de interés periodístico —humorismo, rareza y criminalidad— así que estaba más que justificado el tratamiento que le dio la agencia EFE.
Ya en nuestro país, las palabras del presidente Evo Morales sobre los pollos de granja y la Coca Cola provocaron, como sabemos, un verdadero vendaval mediático. Mucha gente criticó el enfoque que le dieron los medios. Se dijo que privilegiaron lo superficial sobre lo profundo y, en vez de informar sobre lo que se trató en la Cumbre, los periodistas le dedicaron más tiempo y espacio al incómodo asunto de los pollos. Algunos llegaron al extremo de afirmar que la derecha utilizó el desliz presidencial para hacerle daño a la figura de Evo Morales.
El diario “El Potosí”, en el que trabajo, no sobredimensionó el asunto y tal vez eso me daría alguna autoridad moral para decir que los demás exageraron pero no creo que haya sido así. No pongo las manos en el fuego por nadie —y menos si se trata del manejo de la política editorial de algún medio— pero lo que yo percibo en el tratamiento mediático al affaire de los pollos es una alta dosis de periodismo. En las palabras del presidente había varios factores de interés periodístico: prominencia (por el carácter relevante de quien las pronunció), trascendencia, rareza, magnitud, expectación, interés humano, dramatismo, utilidad, derechos y, aunque nos duela, humorismo.
Entonces, no pretendamos encontrar conspiradores allí donde sólo hay periodistas.
El gobierno se ha acostumbrado a acusar a los periodistas de todo, hasta de sus propios errores, y la estrategia le está dando tan buenos resultados que la gente está empezando a creerle. Es la efectividad de la vieja receta de Goebbels contra la que no puede ningún pollo de granja, por muy justiciero que sea.

Prensa sin ley


Iván Canelas Alurralde es periodista. Fue secretario ejecutivo de la Federación de Trabajadores de la Prensa de Bolivia (hoy convertida en la Confederación Sindical de Trabajadores de la Prensa de Bolivia) y presidente de la Federación Latinoamericana de Periodistas con sede en Ciudad de México.
Luego de llegar al cenit de su carrera sindical, Canelas cruzó la línea y se dedicó a político profesional. Fue diputado del MAS y actualmente es el vocero oficial de Evo Morales. Desempeñando esta última función, es uno de los más críticos al trabajo que cumple la prensa boliviana.
Escuché detenidamente varias de las declaraciones de Canelas contra el que un día fue su sector y estoy en desacuerdo con la mayoría de ellas. Todavía me cuesta aceptar que Iván haya encabezado tantas marchas en defensa de la libertad de prensa y ahora actúe como las autoridades a las que solía enfrentar. Sin embargo, no quise dejarme llevar por esa impresión (y/o desilusión) y, ejerciendo una necesaria autocrítica, miré hacia adentro y encontré que muchas de las críticas del vocero presidencial tienen sustento.
Para empezar, no podemos negar que existen medios de comunicación social —en algunos casos hasta conglomerados de medios— que, más allá de informar, desarrollan un auténtico activismo en contra del gobierno y a favor de ciertos intereses, incluso partidistas.
Además de los empresarios que actúan en función patrimonialista, existen periodistas que hacen política desde los medios y, llegado el momento, aparecen como candidatos a algún cargo elegible. Así, demuestran que utilizaron a la gente para conquistar su voto luego de ganar notoriedad a través de la prensa.
Técnicamente hablando, el periodismo está cada vez peor. Pese a la existencia de una normativa básica, como el Estatuto Orgánico del Periodista Boliviano, no se exige ningún tipo de preparación al contratar personal en los medios. Debido a ello, cualquiera puede ponerse detrás de un micrófono e incluso delinquir a través de él. Los sueldos se han convertido en una utopía y el alquiler de espacios en radios y canales de televisión es una puerta abierta a los contratos publicitarios de intercambio de favores y la corrupción.
Los problemas mencionados —y cientos más que necesitarían todo un libro para describirlos— no son nuevos. Existían cuando Iván Canelas era ejecutivo de la federación de la prensa y no pudo resolverlos. Existen ahora y se han agravado con el paso del tiempo.
Quizás lo que haga falta fue aquello a lo que Iván se opuso en sus tiempos de dirigente: modernizar la Ley de Imprenta, adecuarla a nuestros tiempos y convertirla en un instrumento que no sólo proteja a los periodistas de la sociedad sino también proteja a la sociedad de los periodistas.
Sin embargo, la tarea de redactar una norma que regule el periodismo no debe ni puede ser encomendada a los políticos porque estos no resistirán la tentación de aprovechar la oportunidad para controlar a la prensa.
Iván sabe que cuando algún gobierno tiene todo el poder, como lo tuvo el de García Meza, no resiste la tentación de cometer abusos. Lo sabe porque fue víctima de aquella dictadura cuya bota militar hundió su cara en estiércol de caballo.
Los periodistas que seguimos creyendo que el periodismo es una función social, y no una escalera a cargos públicos, no queremos más dictaduras, ni las militares ni las democráticas, y emplazamos a Iván Canelas a hablar, de una vez, de la regulación de los medios desde adentro, desde las redacciones en las que él se formó antes de ser invadido por el tufo del poder.

...de granja


¿Será genético el odio que Evo Morales tiene a los pollos de granja?
Hace poco menos de un año, cuando una comisión de la Sociedad Interamericana de la Prensa llegó a Bolivia a verificar si se respetaba el derecho de los periodistas a informar, el presidente dijo que estos últimos son unos maleducados que no saben comportarse en una conferencia de prensa. “Parecen una granja de pollos —dijo—. Cuando tienen que preguntar, todo el mundo grita, como los pollitos de la granja; y no se entiende nada”.
Muchos colegas se indignaron por el episodio pero, a pesar de que me gusta la chicha, yo me lo tomé con Coca Cola. Me pareció divertido porque, después de todo, una granja de pollos no es precisamente un criadero de animales sino una fábrica de carne en la que esas pobres aves son alimentadas durante tres semanas para luego ser sacrificadas y vendidas en cantidades industriales. Si realmente Evo estaba bien educado sobre el tema como para usarlo de metáfora, quizás comparó las granjas de pollos con aquellos medios de comunicación social en los que no se paga sueldo a los periodistas y lo único que se hace es sacarle tajada a la publicidad.
El asunto ya había pasado al olvido hasta el 20 de abril cuando, al inaugurar la Primera Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático, el jefe de Estado volvió a arremeter contra las sufridas e inocentes aves: “el pollo que comemos está cargado de hormonas femeninas. Por eso, cuando los hombres comen esos pollos, tienen desviaciones en su ser como hombres”.
Si las hormonas son sustancias segregadas por glándulas especializadas, ¿es posible producirlas de otra manera? Sí: sintéticamente pero su efecto no es el mismo que el de las naturales. Así, las hormonas femeninas, los estrógenos y progestágenos, son producidos artificialmente para inhibir o estimular los esteroideos, pero la industria avícola ha demostrado que, por una parte, no son utilizados en la alimentación de los pollos de granja —particularmente por su alto costo— y, por otra, los efectos secundarios de la ingesta de esos animales son inocuos.
Por tanto, culpar a los pollos de granja por el homosexualismo no sólo es una gran inexactitud sino que denota homofobia; es decir, aversión, odio, prejuicio o discriminación contra hombres y mujeres homosexuales o por lo menos intolerancia —uno de los sellos de este gobierno— hacia ese colectivo.
Así como se ha probado científicamente que los pollos de granja no se alimentan de hormonas femeninas, hace mucho que las ciencias dejaron de considerar al homosexualismo como una enfermedad. La tendencia o atracción hacia personas del mismo sexo no es un resultado social ni la consecuencia de ingesta de hormonas sino que es tan antigua como la humanidad. Entre los griegos antiguos, por ejemplo, era tan común que se la puede encontrar regada en su mitología. ¿Acaso no fue Patroclo el amante de Aquiles?
La homosexualidad es una orientación sexual que, al final, se traduce en una decisión personal.
Las organizaciones de homosexuales, gays, lesbianas, transexuales y bisexuales piden una rectificación al gobierno boliviano pero este ya respondió minimizando el asunto y hasta exigió que, al hablar de la conferencia sobre el clima, la prensa se ocupe de cosas más importantes.
Pero es que la homofobia que Evo Morales dejó escapar en su ataque a sus odiados pollos de granja no es una cuestión superficial ni anecdótica. Es una prueba más de que en el gobierno existen tendencias que cultivan el odio y, aunque no sea genético ni hormonal, ese es un problema de fondo que debería preocupar a todos los bolivianos.

La nueva Odisea


Ulises está de vuelta.
La Warner Brothers Entertainment Inc. ya está trabajando en el proyecto fílmico de “The Odyssey” o “La Odisea” que se basa en el libro homónimo de Homero.
Aunque el argumento de “La Odisea” es bastante conocido, es poco lo que se sabe de la película que cocina la Warner. Al parecer, no estará ambientada en la Grecia del siglo XII antes de Cristo, cuando supuestamente se produjo el viaje de retorno de Ulises a Ítaca, sino en nuestros tiempos y el papel principal fue ofrecido a Brad Pitt quien encarnó a Aquiles en “Troya”, película estrenada en 2004.
Mientras los multimillonarios del mundo del espectáculo preparan su nuevo negocio, Ulises ya volvió gracias al trabajo de History Channel en un documental que se presentó en dos partes en la serie “La batalla de los dioses”. Fue suficiente esa presentación para comprobar que Ulises, cuyo nombre griego es Odiseo, sigue ejerciendo la fascinación que tuvo desde que los primeros poemas inspirados por su viaje comenzaron a cantarse, allá por el siglo VIII antes de Cristo.
Odiseo fue el autor intelectual de la caída de Troya porque fue él quien ideó el ardid del caballo de madera en el que los aqueos lograron filtrarse a la mítica ciudad. Tras diez años de haber combatido en la guerra de Troya, Ulises emprende el viaje de retorno a Ítaca, la tierra en la que es rey, pero tarda diez años más debido a que pasa por una serie de peripecias. Real o ficticia, esta historia impactó tanto que el Diccionario de la Real Academia Española incluye la palabra “odisea” como “viaje largo en el que abundan las aventuras adversas y favorables al viajero” y “sucesión de peripecias, por lo general desagradables, que le ocurren a alguien”.
“La Odisea” no sólo sirve para entretener sino también enseñar. Su alto contenido metafórico fue utilizado por filósofos y maestros que sacaban enseñanzas de cada uno de sus cantos o capítulos.
Al ver la segunda parte del documental de History, titulada “Odiseo: la venganza del guerrero”, no pude evitar comparar lo que sucede en el canto XXII de “la Odisea” con lo que está pasando en el país.
Cuando Ulises llega por fin a Ítaca se entera que decenas de pretendientes de su esposa Penélope han invadido su palacio y, tras tantos años de espera, la fuerzan a que se decida por uno de ellos. El vencedor de Troya se disfraza de mendigo y, en el momento menos esperado, revela su identidad y los mata a todos. Uno de ellos, Melantio, es cortado en pedazos para que se lo coman los perros.
Lo que ahora pasa en Bolivia se parece a aquel canto: un movimiento político ha llegado el poder y está tomando venganza de los ultrajes que sufrió o sintió haber sufrido cuando estaba agazapado bajo la forma de un mendigo. Hubo elecciones y, aunque ganó en la mayoría de las alcaldías del país, el MAS perdió las gobernaciones de Santa Cruz, Beni y Tarija y, curiosamente, enjuicia a quienes triunfaron en esos Departamentos. Jaime Barrón y René Joaquino ganaron las municipales en Sucre y Potosí, respectivamente, y son enjuiciados. Por si fuera poco, también se enjuiciará a los ex presidentes Jorge Quiroga, Carlos Mesa, Eduardo Rodríguez y al ex vicepresidente Víctor Hugo Cárdenas.
Es como si el arco de Ulises estuviera tensado y las flechas son disparadas una detrás de otra para liquidar a los enemigos, a los pretendientes al trono de Ítaca.
El método que el MAS ha elegido para permanecer en el poder es eliminar a sus adversarios mediante juicios. “La Odisea” no termina con la muerte de los pretendientes sino con un pacto de paz en el que interviene Atenea, la diosa de la sabiduría. Desafortunadamente para Bolivia, su odisea —una nueva, la del cambio— apenas está empezando.

Periodistas y monigotes


Pasados los humos de la contienda electoral, intenté comunicarme sin éxito con la alcaldesa electa de Oruro, Rocío Pimentel.
La conocí cuando ella era secretaria ejecutiva del Sindicato de Trabajadores de la Prensa de Oruro y en esa condición asistió a uno de los congresos nacionales de nuestro sector.
Ya entonces era una mujer firme y decidida. Su coraje le permitió salir airosa de conflictos posteriores como, por ejemplo, aquella campaña de desprestigio que se desató en su contra a raíz de las diferencias emergentes de la brega sindical.
Soportó dura pruebas y el domingo sorprendió al país al ganar las elecciones municipales en Oruro frente al favorito, Félix Rojas, del MAS.
Un triunfo amerita siempre una felicitación y más cuando se ha ganado como Rocío, frente a un aparato nacional diseñado para la captura del poder total y otro regional que pretendía mantenerse en el poder municipal.
Y aunque respeto y pondero ese triunfo, mantengo mi criterio de que los periodistas no deberíamos cruzar la línea para dedicarnos a la práctica profesional de la política.
Es cierto que los periodistas somos humanos y, bajo la lógica aristoteliana, todos somos políticos, pero, a la hora de analizar la función que cumplimos en la sociedad, el político profesional es el que vive del ejercicio de la política mientras que el periodista es el que debe informar tanto lo que hace aquel como el resto de su comunidad.
El periodismo nació de la política, de una decisión unilateral de Julio César, y mantiene su esencia política hasta nuestros días pero la popularización de la imprenta le otorgó una independencia tal que ya en el siglo XIX se estableció una línea deontológica que separa a uno de la otra.
El más controvertido político de la historia boliviana, Casimiro Olañeta, se sirvió del periodismo para sus fines pues fue quien manejó, tras bambalinas, el primer periódico oficial de nuestro país, “El Cóndor de Bolivia”. Desde Olañeta hasta nuestros días, cientos de bolivianos que aparecieron en algún medio periodístico y, consiguientemente, se hicieron conocer con la gente, se dedicaron a la política. Entre los casos más recientes, Marcelo Quiroga Santa Cruz fundó “El Sol”; Raúl Salmón saltó de la radio Nueva América a la Alcaldía de La Paz, Carlos Palenque fundó un partido político tras la clausura de su Sistema de Radio Televisión Popular y Carlos Mesa dejó Periodistas Asociados Televisión para ser vicepresidente y, posteriormente, presidente de la República.
Para la mayoría de los que pasaron la línea, la política fue un camino sin retorno. Los menos, particularmente aquellos que no tuvieron suerte en su incursión, volvieron a los medios como si nada hubiera pasado. Convivieron con la política un tiempo y, al no encontrar en esta lo que buscaron, retornaron al periodismo como quien vuelve con la primera esposa tras fracasar en su segundo matrimonio.
A Rocío Pimentel no le fue mal. Se lanzó a la política junto a su colega Mónica Aramayo y ahora las dos son autoridades del municipio de Oruro. Mónica, con quien sí pude hablar, me confesó que les duele dejar el periodismo y lo único que atiné a decirle fue que ambas tienen como fortaleza su inmenso cariño por su tierra.
La prensa boliviana recuperaría mucho de su credibilidad si los periodistas que deciden ingresar a la política entendieran que no deberían volver después porque su público, aquel que usaron como escalera para sus fines personales, no es su paño de lágrimas ni mucho menos su monigote.

…era Jueves Santo


¿Quién libertó Bolivia? Como puede comprobarlo usted mismo, así sea que la lance en el trabajo o en la calle, la respuesta inmediata a esa pregunta es “Simón Bolívar”.

Reconocido por todos como el Libertador, Bolívar es la figura epónima en la historia común de los países sudamericanos. Le dio su nombre a nuestro país y ahora a una corriente política que reivindica su figura y, curiosamente, la asocia con el socialismo.

Para el común de la gente, Bolívar libertó a Bolivia y lo hizo ayudado por Antonio José de Sucre. Durante años, sus retratos señorearon en las escuelas e instituciones del país y ahora comparten espacio con Tupaj Katari.

Lo que esa gente no sabe es que Bolívar, Sucre y las tropas a su mando jamás combatieron en el territorio que hoy es Bolivia. Bolívar venció en Junín y Sucre en Ayacucho. Ambas victorias sellaron la independencia del Perú pero nuestro territorio seguía bajo el mando de un general español que conocía perfectamente la región y, antes de llegar a ese rango, había combatido a los patriotas bajo las órdenes de José Manuel de Goyeneche, Pío Tristán, Joaquín de la Pezuela y José de la Serna.

Se llamaba Pedro Antonio de Olañeta y su fanatismo por la causa absolutista lo llevó al rompimiento con los liberales españoles. Se autoproclamó virrey de Charcas, incumplió una tregua con Sucre y continuó ejerciendo el mando en esa parte del Perú.

El 1 de abril de 1825, que cayó en un Jueves Santo como este 2010, combatió en Tumusla contra dos de sus batallones que se habían insurreccionado al mando del coronel Carlos Medinaceli Lizarazu y fue herido de muerte. Sólo entonces quedó libre el territorio que hoy es Bolivia.

Por razones hasta ahora desconocidas, la importancia de la Batalla de Tumusla fue minimizada al extremo de que algunos historiadores llegaron a afirmar que nunca ocurrió. Otros fueron más cautos pero la ubicaron en el 2 de abril de 1825 y refirieron que la insurrección de Medinaceli se produjo recién en esa fecha.

En 2002, el ahora presidente de la Corte Suprema de Justicia, Julio Ortiz Linares, publicó el libro “El perfecto equivalente del soldado cívico” en el que demostró que Medinaceli había preparado su alzamiento mucho antes. En 2005 amplió su estudio en “El Libertador de Charcas” en el que afirma, respaldándose con documentos de la época, que la conspiración de Medinaceli databa de 1822.

El Diccionario Histórico de Bolivia que se publicó en 2002 bajo la dirección de Josep Barnadas incluye a la Batalla de Tumusla, ratifica los datos de Ortiz y admite que Medinaceli proclamó la independencia de Charcas un mes antes, el 1 de marzo de 1825, en Cotagaita.

Según Ortiz, la importancia de Tumusla fue minimizada para no opacar a Bolívar quien, tras la partida de San Martín, se había quedado como dueño absoluto de la situación en el Perú. Medinaceli le libró del feroz Olañeta y le facilitó las cosas pero no alcanzó la gloria.

Pero aunque haya males que duren cien años, la verdad es la que prevalece siempre y, en el caso de la Batalla de Tumusla, aquella que se libró el Jueves Santo de 1825, un 1º de abril, como este año, es hora de reconocer que fue la que realmente libertó a Charcas, hoy Bolivia.

Que este Jueves Santo, 1º de abril de 1810, sirva no tanto para rememorar la gesta de hace 185 años sino para reflexionar sobre una verdad que nos incomoda desde siempre: nuestra historia necesita reescribirse.

Lucho, el símbolo


Es difícil escribir algo que no se haya publicado sobre Luis Espinal Camps.
El aniversario número 30 de su brutal asesinato dio lugar a homenajes públicos, una romería, semblanzas, artículos conmemorativos, repeticiones de sus “Oraciones a quemarropa” y una serie de manifestaciones que, en rigor de verdad, resultaron insuficientes ante la figura de aquel hombre que fue boliviano no por nacimiento sino por amor y voluntad propia.
No sería muy inútil, entonces, sumar un escrito más y, también en rigor de verdad, me siento incapaz de producir algo que por lo menos se compare a lo que se dijo de él con motivo de los 30 años de su muerte.
Luis Espinal fue sacerdote, periodista y cineasta pero esas no fueron las únicas facetas de su personalidad. También fue poeta, filósofo, maestro, teólogo, traductor, antropólogo, tallador, en fin… su talento debió llegar a tanto que era bueno en casi todo lo que hacía.
Por lo que pude leer de él, su visión sobre el bien y el mal quedó claramente delimitada desde muy temprano y se profundizó con su licenciatura. Por eso es que tomó partido ni bien llegó a Bolivia. Al encontrarse con un país pobre, con una enorme brecha entre los que no tienen y los que tienen demasiado y una vida política signada por los golpes de Estado, se alineó entre los defensores de los desposeídos.
En lo que a mi gremio respecta, ejerció el periodismo no sólo como actividad informativa sino, fundamentalmente, como instrumento de cambio y de servicio al pueblo.
Fue precisamente su ejercicio del periodismo, sus permanentes denuncias de las ilegalidades de la dictadura, las que lo condujeron a la muerte.
El cura que había sido detenido en el gobierno de Ovando, el que le recordó a un embajador de España que él ya no era español sino boliviano, el que insistía en el respeto a los derechos humanos en plena dictadura banzerista y hasta participó en la huelga de hambre contra el septenio era un hombre demasiado peligroso porque decía la verdad. Los narcotraficantes que estaban a punto de tomar el poder en 1980 sabían que Espinal sería un formidable enemigo y, antes del golpe, decidieron matarlo.
Por tanto, Luis Espinal es mucho más que periodista, sacerdote, cineasta, filósofo, maestro, teólogo, traductor, antropólogo, tallador, etc. Su cruel asesinato lo elevó de la dimensión humana a la condición de símbolo: se convirtió en el icono de la libertad de prensa y de expresión.
Por eso es que no debe extrañar a nadie que hasta ahora no se haya hecho nada para esclarecer su asesinato. Espinal era tan incómodo para los gobiernos totalitarios que incluso lo hubiera sido para este.
Si no lo hubieran matado, sería tan crítico de los abusos que se cometen en democracia como los que abundaban en la dictadura.
La prueba de ellos son estos versos suyos: “Jesucristo, te damos gracias / porque no fuiste prudente ni diplomático; / porque no callaste para escapar de la cruz; / porque fustigaste a los poderosos / sabiendo que te jugabas la vida”.
“Por esto los dictadores ejercitan la censura —escribió Víctor Codina sobre Espinal—: tienen miedo a la verdad y a la libertad y se sienten aludidos constantemente”.
Por eso, a los 30 años del nacimiento del símbolo de la libertad de prensa y expresión, tenemos que recordarle al gobierno que un país con prensa controlada no es un país libre, que el colaboracionismo nunca es bueno y menos en el periodismo. Lucho Espinal escribió que “el colaboracionista es, ante todo, un oprimido; pero colabora por miedo, presión o simple acomodamiento y rutina”.
Y, finalmente, cerramos la nota con esta otra frase suya: “la mayoría de los bolivianos creemos aún en la vida y en que nada se saca jamás maltratando a la persona humana”.

UBRE


Todavía con el problema de los mocos atisbadores, allá por fines de la década del ‘70, conocí a una familia de nueve hijos que alquilaba un cuarto en el barrio potosino de San Cristóbal.
La conocí porque los padres murieron al accidentarse el camión en el que viajaban a su pueblo y el hecho de que su numerosa prole haya quedado huérfana fue motivo de comentario en toda la zona alta de la Villa Imperial.
No hubo adopciones ni reparto de los hijos por diferentes familias. El hijo mayor, que ya estaba en el tercer año de la universidad, dejó los estudios y se fue a trabajar a la mina. No era un castigo —como ingenuamente cree Jessica Jordan— sino una obligación voluntariamente asumida: él haría de padre y madre y lograría que sus hermanos terminen de estudiar.
El destino de los hermanos fue disímil. Dos se titularon de abogados, uno se fue a Sucre a estudiar Medicina, tres llegaron a ser maestros, uno a mecánico y otro a electricista. Al final, todos aprendieron a ganarse la vida y ahora tienen sus respectivos hogares aunque, como es lógico suponer, a unos les va mejor que a otros pero eso es otra historia.
El hecho es que el mayor, aquel que les dio de comer y les hizo estudiar, enfermó tempranamente por las condiciones insalubres de la mina así que su vida fue una búsqueda constante de empleo con el fin de que nunca falten los centavos para mantener a sus hermanos. Como lo que más le faltaba era tiempo para trabajar, incluso renunció a casarse.
Cuando los restantes ocho ya ganaban su propio dinero, el mayor enfermó y les pidió apoyo pero ninguno quiso hacerlo. Los más argumentaron que ganaban poco, otros dijeron que habían contraído deudas para comprar una casa… en fin… el hombre que sacrificó su vida por la de sus hermanos se vio solo, más pobre que nunca y abandonado a su mala suerte.
Cuando volví a saber de él, ya en los ‘90, no pude evitar comparar el destino de aquel hermano mayor con el de Potosí.
Para nadie es desconocido que la plata de Cerro Rico ejerció tal influencia en su entorno que fue determinante en la historia de la colonia española. Debido a esa riqueza se constituyó una unidad jurisdiccional como la Audiencia de Charcas que fue la base de lo que hoy es Bolivia. Por tanto, no es exagerado decir que este país le debe su existencia a la plata potosina.
Ya en la República, en una Bolivia recién fundada, los sueldos de los prefectos de los cinco departamentos y de todos los funcionarios se pagaban con la plata de Potosí que, al no existir otros recursos, también fue utilizada para cubrir los gastos del nuevo sistema educativo y del naciente país.
Por tanto, Potosí se convirtió, de facto, en un hermano mayor que mantenía a sus menores, los otros Departamentos. Con el paso del tiempo, estos se independizaron, aprendieron a mantenerse solos y algunos incluso conocieron la riqueza.
Ahora Potosí está pobre pero no precisamente por su culpa. Si nunca aprovechó de su plata y su estaño es porque forma parte de un país centralista con gobiernos que tomaban sus decisiones en La Paz sin consultar a las regiones interesadas.
Hoy, cuando una nueva Constitución establece que Bolivia es un Estado “Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario, libre, independiente, soberano, democrático, intercultural” pero también “descentralizado y con autonomías”, la existencia de un nuevo tipo de riqueza, el litio del Salar de Uyuni, despierta esperanzas en los potosinos.
Sin embargo, en una muestra más de ingratitud, el gobierno crea una entidad centralista, la Empresa Boliviana de Recursos Evaporíticos (EBRE) para explotar aquella riqueza, redistribuir sus beneficios entre todos los Departamentos —olvidando que su dueño, Potosí, es el que más los necesita— y, para colmo, fija su sede en La Paz.
Continúa, entonces, la tragedia del hermano mayor. Potosí todavía es la vaca lechera de Bolivia y la referida empresa será la UBRE de la que seguirán mamando nuestros hermanos…